SOMER
Se cuenta que, si no hubiera sido por Somer, un joven de 15 años, Yio hubiera muerto congelado. Esa misma noche Somer lo llevó a su cabaña, donde vivía con su mamá. Yio apenas podía mantenerse en pie. La mamá preparó sopa caliente y lo invitó a cenar. Gracias a eso, Yio recobró el color. Después de cenar, los tres se sentaron junto a la chimenea para charlar con calma. Entonces, unos golpeteos en la puerta tan fuertes que parecía la iban a derribar interrumpieron la tranquilidad. La mamá de Somer se levantó para abrir. Era nada más ni nada mejor que Emil, un viejo que odiaba a los forasteros. —Escuché que tu hijo no entró solo a la aldea. ¿Es eso cierto? —Sí, pero es tan solo un joven. 17 años. —¿Qué hace un niño por estas tierras? ¿Cómo dio con nuestra aldea? —Somer se topó con él en medio de una tormenta y lo trajo hasta aquí. —Sabes perfectamente que si estamos en tierras rodeadas por constantes tormentas y remolinos es por algo. Para protegernos de forasteros intrusos rob